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Cuentos ganadores del concurso historias para sanar

Agradecemos a todas las personas que fueron parte de esta iniciativa, en la cual se escogieron cuatro cuentos ganadores los cuales son:

Una gorra nueva para la montaña

Por: Puerquito

 Yo soy la montaña, tengo una capucha blanca y reluciente… ¡qué bella cachucha! Es de hielo y nieve, de escarcha y mojones, viven en su seno muchos frailejones, osos y ratones.

El río me dice… «Señora montaña, usted es muy creída, quítese la gorra, mándela a la porra, ah vieja engreída».

            Y yo le respondo, serena y audaz… «Me dejo el turbante, no faltaba más. No es por vanidad que lo llevo encima. Este cucurucho blanco como leche, hace que el planeta perviva y peleche».

Muchos se reían del monte nevado. Algunos de frente y algotros de lado. Pero la montaña sabia los dejaba hablar y su gorra blanca se ponía trenzar.

Un día los hombres, muy poco sensatos, al principio a ratos, luego a toda hora a dicha señora le hicieron maldad. Su bosque talaron y el aire llenaron de gas venenoso.

Con mucha tristeza la pobre montaña supo una mañana que su gorro blanco, por aquel barranco, se coló y se fue. Transformado en agua su bello sombrero inundó potreros, planicies y valles. El sol mañanero, debido a los gases, calentó la tierra con fuegos vivaces. El mundo feraz que algún día tuvimos terminó en caldera donde nos cocimos.

Pobrecitos todos, árboles y flores, reptiles y aves de muchos colores, osos hormigueros, monos trepadores, niños inocentes, hombres y mujeres.

Observando el daño del monte nevado, algunos de frente y algotros de lado, por el inocente lloramos a mares.

Al cabo del tiempo un abuelo sabio, cansado del ocio, se paró y nos dijo: «Jóvenes machuchos, dejen de llorar, es ahora o nunca, hay que comenzar. Construyamos todos, con tino y con maña, una gorra nueva para la montaña. Que Pedro Pastrana siembre un arrayán y Juana Domínguez el árbol del pan. Mientras tanto Lucas nos enseñará a ahorrar recursos cada día más y con nuestro entorno, a vivir en paz. Pues sí, señorita, hay que reciclar. No echar pesticidas y no degradar. Apague las luces, no emplee aerosoles, no malgaste el agua, siembre girasoles».

Un jueves de marzo, tres años después de haber comenzado nuestro trajinar, vimos en la cima de nuestra montaña un copito blanco como un algodón. No era un gorro fino como el anterior, pero era el comienzo de un mundo mejor. Para nuestro monte y nuestra ciudad y para el planeta y la sociedad.

No va usted a creerme lo que sucedió. La vieja montaña nos lo agradeció. De una de sus cuevas, en esas surgió, un bello arco iris que nos deslumbró. En el cielo inmenso con niebla escribió…

«Gracias por bordarme un sombrero nuevo. Muchachos audaces, los amo y los quiero».

 

 

EL TRABAJO DE PAPÁ SANTIAGO

Anoche, como todas las noches, papá Santiago salió de casa. Sale al atardecer a hacer algo que no se sabe muy bien qué es. Todas las tardes, sin falta, se le ve salir por la puerta de su pequeño apartamento: viste un overol azul oscuro y agarra con su esquelética mano izquierda una lonchera metálica. Camina con la mirada perdida, sin que nadie le diga ni le pregunte nada. Tan solo, se va. Mamá Ariana dice saber qué es lo que hace, pero nunca me ha dado una respuesta sólida; no me parece que este muy segura de que es lo que hace su marido, pero tampoco parece cuestionarlo, nunca ha dudo de él, me parece. Y el pequeño Tomás, hijo de mamá y papá, aunque está menos convencido todavía, tiene una teoría; Tomás cree conocer qué es lo que su papá sale a hacer en la noche. A él sí le creo cada palabra, pues el brillo de sus ojos al comentarla, le da veracidad de sus afirmaciones, o por lo menos, pone en suspensión todo pensamiento racional.

Me dijo una vez que hablamos ―la única vez, de hecho― que papá Santiago sale a organizar el cielo nocturno. Que ese es su trabajo, y que no es fácil. El pequeño Tomás me contó que tiene que despertar a la perezosa luna de su sueño profundo, quitarle la piyama, ponerla de frente al firmamento; sin embargo, holgazana, la luna siempre se recuesta en alguna posición extravagante: de medio lado, panza arriba, en posición fetal…, y se vuelve a dormir. También tiene que ocultar al sol por el horizonte; siempre empujado, arrastrado y remolcado, pues el muy orgulloso quiere ser la única fuente de luz en la Tierra. Acerca los tímidos planetas a la ventana atmosférica terrestre para que desfilen con sus colores ante los imponentes telescopios humanos. Le da cuerda a los cometas para que vuelen libremente; y les dicta el camino, no vaya y sea que se conviertan en meteoros. Y, finalmente, enciende, uno por uno, como si de un bombillo se tratase, los astros celestes.

El pequeño Tomás, por eso, se sienta cerca a la ventana de su habitación todas las noches, viendo como el cielo nocturno se ilumina poco a poco. Se sorprende y ríe con las estrellas fugases, aquellas que corren dejando un débil hilo de luz a su paso. Tomás cree que papá Santiago se tropieza con algunas, y por esto, salen disparadas de su posición. Luego, tiene que correr a buscar a esas estrella huidizas. Papá, me dice Tomás, no es muy hábil con sus manos. Mamá Ariana, justo después, hablando a solas, me ha dicho lo mismo. Y me surge una duda, y le pregunto a mamá Ariana, ¿por qué, entonces, tiene un trabajo tan, pero tan importante? Y ella me responde: ¡Sabrá Dios! Y sonríe.

Papá Santiago no ha vuelto. Tomás me asegura que es cosa del trabajo, probablemente, casualmente, extrañamente, algo le habrá hecho retrasarse. Puede que haya sido una de esas escurridizas nebulosas, que hay que mantener contenidas, encercadas. O puede que haya una fuga entre las nubes; a lo mejor, tiene que esperar a que llueva, para bajar con las gotas de agua. Todo me lo certifica, me lo promete, me repite que falta poco para que vuelva, que no me preocupe que lo voy a poder ver. Mamá Ariana le aconseja, así, que se vaya a dormir. Tomasito, le dice, ya es tarde. Tomás no quiere. Y mamá Ariana le repite la instrucción. Y, entonces, veo como los enormes ojos azules de Tomás se vidrian. Veo como, pronto, se rompen. Congelado, clavado en mi posición, miro a Tomás, y él me certifica que me espere un poco más. Luego, madre e hijo caminan hasta una habitación, cogidos de la mano.

Yo, ahora solo, salgo de la casa. Miro hacia el cielo, y pienso en lo mucho que se ha escrito y se ha dicho sobre la belleza de aquella pintura estelar. «El cielo está estrellado, y brillan, azules, los astros, a lo lejos». Lo está, y río. «Tú tendrás estrellas como no tiene nadie». Y es verdad. Tomás, acostado, ahora, en este preciso instante, soñará con su padre, con las estrellas, los astros, la luna y el sol de su padre. Mamá Ariana, igualmente, pensará en que papá Santiago llegará cansado de lo que sea que haga ―aunque no le preguntará que fue lo que hizo―, le preparará algo de comer y se acostaran. Yo miro, nuevamente, a aquella bóveda celeste en la que trabaja papá Santiago. Una obra de arte, no puedo decir más. Pero, la mañana habrá de llegar. Siempre lo hace. Y las tinieblas sucumbirán ante la avaricia de una enorme bola de fuego. Y papá Santiago puede que llegue. No lo sé, nadie lo sabe. Nadie sabe qué hace, ni por qué lo hace, ni a dónde se va, ni para qué se va. Tan solo soñamos con sus aventuras y oficios. Estoy seguro que el pequeño Tomás, hijo suyo, lo hace. Y no hace falta nada más. Porque se divaga en la infinidad del universo en un instante o en miles de instantes; porque se viaja en máquinas capaces de barrer las nubes tempestuosas y rellenar los cielos despejados; porque, mientras miramos las estrellas, papá Santiago trabaja.

 

La Aguja Loca

Seudónimo: Juana Iguana

 

“¡Por las caries del conejo! los DOS bolsillos de mi saco tienen agujeros”, se quejó la bruja Tapioca. Decidió remendarlos sin más demora. Por los bolsillos rotos había perdido una llave mágica, tres caramelos de baba de caracol y su vincha para ¡hacerse invisible! No quiero seguir perdiendo cosas, pensó. Fue hasta la habitación número 38, abrió el cajón de la cómoda y sacó la caja donde guardaba a la Aguja Loca.

“¡Abraaan! Quiero coseeer, ¡coseeer!”, se oía gritar a la Aguja Loca adentro de la caja. Con mucho cuidado Tapioca destapó la caja y le susurró: “Mi saco tiene grandes agujeros en los bolsillos”. “¡¡Qué bien!!”, gritó contenta la aguja y ZIIIIM salió disparada rumbo al saco.

Fue en ese momento que llegaron sus amigas Tirabuzón y Tangerina. “Hola Tapioca, tenemos mucha sed ¿Tendrás un poco de tu deliciosa limonada para convidarnos?”, dijeron al entrar. “¡Claro!”, contestó Tapioca trayendo la enorme jarra. se acomodaron en el sillón del salón para degustar un buen vaso de limonada fresca hecha con limones azules y tres gotitas de pichí de lagarto ¡Era la mejor del mundo mágico! Pero cuando Tangerina intentó pararse para servirse un segundo vaso… no pudo.

“No sé qué me pasa. Me siento pegada al sillón…”, dijo extrañada.

“¿Cómo PEGADA?”, preguntó Tirabuzón, que cuando quiso ayudar a su amiga, ¡tampoco pudo levantarse!

“¿Qué pasa? ¿¿Por qué no podemos movernos??”, se quejó Tangerina.

“Mmmm me pregunto si no estarán… cosidas”, dijo Tapioca.

“¿¿¿CÓMOOO???”, le gritaron a coro sin entender lo que había pasado.

“Es que hoy saqué a la Aguja Loca de su caja y…”, comenzó a explicar la bruja. Inmediatamente revisó su sacó y comprobó espantada que los bolsillos ya estaban remendados pero la Aguja Loca… ¡había huido!

Luego de remendar el saco la aguja aprovechó su libertad para seguir cosiendo todo lo que encontraba en su camino: los vestidos de las brujas a los almohadones del sillón, las cortinas, todas las bombachas de Tapioca para hacer una alfombra y la puerta de la heladera que ahora no se podía abrir.

“Tenemos que encontrarla antes de que sea demasiado tarde ¡la Aguja Loca suelta es muy peligrosa!”, explicó Tapioca mientras cortaba los hilos que atrapaban a sus amigas. Justo en ese momento escucharon un grito que venía del monte: “¡Socorro! ¡No puedo salir! ¡Socoooorro!”. “¡Uy, creo que la Aguja Loca se escapó de la casa! Hagamos algo ya”, dijo Tapioca alarmada. “¡Qué espanto!, parece más peligrosa que un cocodrilo hambriento”, agregó Tangerina.

La única forma de atrapar a la Aguja Loca era distraerla con algo que le gustara mucho, pero mucho, mucho y luego saltarle encima. Y a la aguja le encantaba remendar medias. Así que Tapioca fue corriendo hasta la habitación número 21 dónde guardaba las medias agujereadas y eligió un montón. “Vamos al monte. Llevemos estas medias. Tal vez caiga en la tentación y quiera remendarlas”, le dijo a sus amigas repartiendo medias rotas.

Salieron de la casa y fueron dejando un camino de medias agujereadas. “Parece una buena trampa para agujas”, se animó Tirabuzón. Caminaron por el monte hasta que encontraron a Hornero Chico que seguía gritando sin parar porque no podía salir…. la aguja había cosido una piedra ¡a la puerta de su casita de barro! Las brujas tuvieron que usar el hechizo del hilo gritando a coro “HILO COSIDO, HILO COSIDO, AHORA SERÁS UN HILO PARTIDO” y ¡PUM! cayó la piedra que tapiaba la puerta de la casa de barro. “¡¡Gracias!!, no sé porque mi casita estaba bloqueada”, refunfuñó el pájaro. “Fue la Aguja Loca”, contestó Tapioca.  “¿¿¿CÓMOOO???”, chilló Hornero Chico sin entender lo que había pasado.

Pero no pudieron explicarle nada más porque escucharon un alarido que venía de los matorrales, detrás de las plantas carnívoras,“¡Ayuda, ayuda!”. Enseguida encontraron a Oso Hormiguero que, desesperado, no podía avanzar por más que moviera sus patas. “La aguja también pasó por acá”, dijo Tangerina inspeccionando la gran cola peluda de Oso Hormiguero que estaba cosida al suelo. “¿¿¿CÓMOOO???”, carraspeó Oso Hormiguero sin entender lo que había pasado.

Las amigas estuvieron un buen rato cortando hilos y lanzando hechizos hasta que lograron liberar la cola que ahora parecía un plumero despeinado. “¡Gracias!” suspiró el insectívoro con su ronca voz, “cuando quieran pasen por mi casa y las convidaré con tortilla de termitas”, agregó sacudiendo la cola.

 

“¡Miren ahí, detrás de las rosas de las mil espinas!” dijo Tapioca “¡hay cuatro medias ya remendadas!, la aguja debe andar cerca”.

“¡Por acá, por acá! Encontré otras tres medias más”, agregó Tirabuzón.

Se deslizaron sin hacer ruido como babosas por baldosas, esquivando a las plantas carnívoras que les tiraban tarascones. Y de pronto… la descubrieron. Justo cuando estaba ¡cosiendo la última media!

“¡Pica! te atrapamos”, dijo Tapioca demasiado pronto, viendo con espanto como la aguja se escapaba de sus dedos saltando hacia una planta carnívora que la engulló en lo que lleva decir a-g-u-j-a. Las brujas quedaron mirando a la planta con los ojos bien abiertos. Solo se oía a la aguja chillando desde adentro de la planta: “No me atraparán ¡Quiero coser! ¡Coseeer!”.

“Plantita, plantita, la más bonita, abre la boca para dejar salir a la agujita”, se le ocurrió intentar a Tangerina. Pero nada. Las plantas carnívoras son muy tercas y no abren la boca fácilmente. “Mmm, podemos probar a hacerle cosquillas”, propuso Tapioca. Y resultó que la planta carnívora tenía muchas cosquillas… no solo abrió la boca riendo a carcajadas sino que escupió a la aguja entre una risa y otra. Ahora si ¡por fin! la aguja fue a parar a su caja que Tapioca cerró con el doble-hechizo-candado. “¡Puff! lo logramos. Creo que necesito otro vaso de limonada fría”, dijo Tirabuzón transpirando como pingüino en la selva. “No me queda más limonada, pero las puedo convidar con un delicioso jugo de sandía podrida”, ofreció Tapioca. Y allá marcharon alegremente.

 

A cerca de la verdadera riqueza
Por: Juan Mauricio Nova Martínez

Papá siempre les había dicho que la verdadera riqueza estaba al alcance de sus manos, sus ojos, oídos, nariz y boca. Sin embargo, los pequeños Juan y Miguel continuaban buscando tesoros escondidos por todos los rincones de la casa. Tal era su empeño que todos los días al llegar del colegio, rápidamente se cambiaban de ropa para comenzar su incansable búsqueda. A regañadientes, terminaban sus tareas para seguir en la tarea de buscar. Buscaban durante toda la tarde y luego de la cena antes de que les mandaran a dormir. Los fines de semana ya no hacían más que buscar. Buscaban durante los comerciales, cuando veían sus programas favoritos en la tv. Buscaban en sus juegos y hasta en sus sueños.

Como pasaban los días y los pequeños seguían sin comprender lo que realmente su padre quería que aprendieran; él decidió brindarles una pequeña ayuda.

Con muestras de enojo los llamó una tarde y les dijo:

—¡Dejen de estar perdiendo el tiempo! Si no tienen nada importante que hacer, vayan a arreglar el cuarto de los chécheres, que desde que su abuelo se fue de viaje al cielo, nadie se asoma por allá.

Claro que no les gusto ni poquito, pero no tenían más remedio que hacer caso. Entonces; se internaron en aquella selva de recuerdos, muebles y cosas viejas, que en otro tiempo fueron apreciadas como pocas cosas hoy lo son.

Estando allí, mientras se miraban el uno al otro como preguntándose por dónde empezar; Miguel se sentó sobre un bulto que estaba cubierto con una manta bordada con imágenes de hermosos delfines azules y rosados, y comenzó a patear acompasadamente con sus talones: ____. El golpeteo produjo un ruido como si algo se quebrara, entonces; Juan algo exaltado le dijo:

—Ahora si la completamos, papá nos va a castigar al menos hasta que terminemos el colegio y faltan como diez años para eso. ¡Levántate!, miremos que se rompió.

Quitaron la manta y ahí estaba…

Un viejo baúl de madera, forrado con algunos retazos de cuero y abrazado por una cinta con una inscripción que decía: “Propiedad del abuelo”.

—¡Es el tesoro!  — dijo Miguel

—¡Lo encontramos! ¡lo encontramos! — gritó Juan y salto a abrazarlo.

A pesar de la emoción, lo primero que hicieron fue revisarlo por fuera y se alegraron aún más al ver que no se había roto, y que el ruido que escucharon fue producto del candado que lo mantenía cerrado, el cual se abrió a causa de los talonazos que Miguel había propinado al baúl.

Quitaron el candado y al abrir la tapa, fue tanto su asombro que al tiempo dieron un salto atrás, y mientras; el viejo baúl dejaba escapar las más deliciosas fragancias naturales: Una armonía de olores, entre los que se percibían el perfume del limonero, del naranjo, del almendro, de las rosas, los jazmines, la hierbabuena y otras plantas aromáticas.

Al momento, como si fuese una cajita de música; del interior del baúl comenzaron a sonar las más hermosas melodías de la naturaleza; una sinfonía de trinar de aves, arrullo de viento, el tararear de los riachuelos al roce de las rocas, la armonía de una cascada, la dulce voz de las olas de mar, el canto de ballenas y un sinfín de coros entonados por diversas especies de animales.

Y eso no era todo; en el interior del baúl les aguardaban más sorpresas.

Los niños se acercaron lentamente y en cuanto la curiosidad superó al temor; comenzaron a examinar uno a uno los esplendorosos objetos que estaban guardados:

Algunos frutos de la tierra, las hojas de un árbol, unos puñados de arena y agua de mar contenidos en una botella, una quena de caña, una abejita regordeta, un pez dorado, un curioso objeto hecho con cuerdas de lana de varios tamaños y colores y anudado en algunas partes, del cual tiempo después se enteraría que se llamaba quipu, y otras hermosas creaciones tejidas por las manos de quizás, las abuelas de los abuelos del abuelo.

Cuando terminaron ese maravilloso inventario, los niños coincidieron en que definitivamente no era el tesoro que esperaban encontrar, pero, que aquellas cosas hacían más felices a las personas; y como una luz que se enciende ahuyentando a la oscuridad, recordaron las palabras que papá siempre les había dicho.

La verdadera riqueza…

Luego de una pequeña contribución de su parte a los tesoros del baúl: unos granos de cacao y unas cuantas semillas de cereza, lo dejaron como lo habían encontrado y fueron a contárselo a su padre.

Fue un momento en verdad conmovedor. Los niños por fin lo habían comprendido. Entonces, los tres se abrazaron, rieron y lloraron de alegría, y al rato, se encontraban firmando un improvisado contrato, en el que acordaban que cada mes destinarían un fin de semana para salir al campo, tras la búsqueda de más tesoros:

Un árbol sabio al cual abrazar, un gorrión mudo para sacarle unas cuantas palabras, un limonero para absorber su aroma, una abeja para perseguir en busca de su manantial de miel y un pez emisario, para enterarse de las nuevas buenas noticias de la naturaleza y enviar sus mensajes a los rincones de la tierra:

Amar y cuidar a la naturaleza, es la mejor manera de agradecerle por todo lo que nos brinda.

Juan.

         Quiero que todos cuidemos la naturaleza, porque nos da lo que todos necesitamos para vivir felices.

Miguel.

        La verdadera riqueza está al alcance de tus manos, tus ojos, oídos, nariz y boca.

Papá.

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1 commentario

Juan Mauricio Nova Martinez 4 enero, 2023 - 9:54 pm

Saludo cordial:
Me gustaría que por favor colocasen mi nombre tras el título del cuento que tuve la fortuna me publicaran y que lleva por título: “A cerca de la verdadera riqueza”.
Les dejo mi gratitud.

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